Para una izquierda democrática e internacionalista

Contribución a la renovación y transformación de la izquierda

10 de diciembre de 2023

Con horror vemos aumentar día tras día, semana tras semana, la cifra de civiles matados en Gaza. Estamos consternados e indignados por el castigo colectivo infligido a los gazauis por el ejército israelí, por la violencia creciente de los colonos en Cisjordania y por la opresión de los ciudadanos palestinos de Israel por el Gobierno y por grupos de extrema derecha. En los EEUU, en Europa, en la India y otras partes, el activismo a favor de los palestinos es demonizado por numerosos políticos, por muchos medios, y criminalizado por el Estado en algunos casos. Muchos análisis occidentales sobre el conflicto palestino-israelí están impregnados de racismo, que presenta a menudo a los israelíes como un pueblo occidental moderno y civilizado, cuyos sufrimientos son más profundos y, en cierto sentido, más reales que los padecidos por los palestinos.

En un contexto como este, es comprensible que se focalice exclusivamente en el corto término. Se puede pensar que no es hora de hablar de lo que falla en el activismo en relación al conflicto Israel/Palestina y, en general, en el seno de las izquierdas.

Pero pensamos que frente a esta crisis la reflexión es de suma importancia. Ahora, no más tarde, es cuando debemos demostrar espíritu crítico, a fin de decidir si los objetivos principales de nuestros movimientos son los adecuados para, realmente, obtener un cambio.

Una cantidad importante de lo que se dice y en lo que se cree en la izquierda respecto al imperialismo y el antiimperialismo, del nacionalismo y el internacionalismo, del racismo, el islamismo y muchos otros temas está, para nosotros, profundamente sesgado y es a veces reaccionario.

Demasiados militantes de izquierdas han defendido e incluso celebrado la masacre de 7 de octubre, perpetrado por Hamás y Jihad Islámica en el sur de Israel. Desde nuestro punto de vista, ahí está la expresión de los análisis sesgados y las opiniones reaccionarias.

Somos desde hace mucho tiempo militantes y organizadores de izquierdas. Con este texto, queremos iniciar un diálogo con las diferentes corrientes de las izquierdas, y hacer comprender a esxs y a lxs que desean hacer lo mismo que no están solxs. Es también una invitación a unirse a nosotros para alzarnos contra el antisemitismo, el antirracismo truncado, el campismo, el nacionalismo, la tolerancia hacia el islamismo y demás alianzas confusionistas izquierda-derecha. Escribimos con la esperanza de que otro internacionalismo es posible.

El objetivo de nuestra crítica no es moderar el apoyo de la izquierda a los derechos y la libertad de los palestinos, sino volver a anclar este apoyo en un proyecto democrático viable, arraigado en el internacionalismo, por tanto, verdaderamente universalista. Queremos una izquierda que luche más eficazmente no solamente por el derecho de los palestinos, sino también por la democracia, la igualdad y la libertad para todxs.

Mientras numerosas imágenes que nos llegaron inicialmente el 7 de octubre, desde la frontera de Gaza, nos mostraban a civiles que franqueaban las vallas, a media mañana, estaba claro que Hamás y sus aliados habían asesinado sin piedad a montones de civiles sin armas y secuestrado a otros. Las víctimas eran tanto jóvenes como viejos, comprendían a supervivientes de la Shoah, trabajadores agrícolas migrantes y beduinos. Poseemos pruebas indubitables de tortura y violencias sexuales de extrema gravedad. La amplitud y la barbarie de los ataques han sembrado el miedo y el trauma no solamente en el seno de la sociedad israelí, sino también a través de la diáspora judía en el mundo entero, ya que la mayor parte de los judíos –sionistas o no– tienen múltiples lazos con Israel. Las masacres del 7 de octubre y los ataques de cohetes sobre civiles israelíes son actos dictados por la crueldad más pura y causan un profundo sufrimiento a los judíos de Israel y la diáspora.

Pero la apología de la violencia de Hamás hacia civiles, apoyado por una buena parte de la extrema izquierda, revela no solamente la ausencia de la más elemental compasión, sino también una apreciación errónea de lo que es Hamás. Hamás no es una simple expresión abstracta de la “Resistencia” contra Israel. Lleva a cabo sus acciones según sus propios objetivos políticos, los cuales son fundamentalmente reaccionarios. Obviar estos objetivos, en beneficio de un apoyo incondicional a cualquier resistencia, implica negar a los palestinos su libre arbitrio, y reducirlos a una simple fuerza de reacción, incapaz de realizar elecciones políticas. Oponerse a Hamás no es “explicar a los palestinos cómo resistir”, sino apoyar a los palestinos que se oponen también a Hamás y que sostienen la resistencia sobre una base política diferente.

A las acciones de Hamás les ha seguido una respuesta masiva del Estado israelí, tal como Hamás lo había anticipado y esperado. Es necesario volver a afirmarlo: estamos consternados y nos oponemos categóricamente a los ataques del Estado israelí contra los civiles y las infraestructuras civiles de Gaza, al desplazamiento de las poblaciones palestinas, a la retórica deshumanizadora y las intenciones de limpieza étnica formuladas por políticos israelíes, a los proyectos de implantación de colonias en Gaza y la violencia de los colonos y las fuerzas de seguridad israelíes ejercida contra los palestinos de Cisjordania. Apoyamos la lucha en favor de los derechos palestinos y nos oponemos a la violencia del Estado israelí y la ocupación.

Ahora bien, si nuestro movimiento debe efectivamente perseguir sus objetivos de emancipación y democracia, debe ser también un lugar de reflexión y crítica de las corrientes que actúan en el seno de la izquierda contra estos mismos objetivos.

Reconocer el sufrimiento de los palestinos no quiere decir que no podamos también reflexionar sobre los problemas planteados por muchas reacciones de la izquierda y, más en general, sobre las perspectivas de las izquierdas tras el 7 de octubre.

Inmediatamente después de los ataques, actos antisemitas –ataques violentos, acosos en línea y en la realidad– han explosionado en el mundo. Los discursos antisemitas se han propagado viralmente en las redes sociales y en las calles. El racismo antimusulmán también aumentó con fuerza. La extrema derecha instrumentaliza este conflicto para llegar a nuevos públicos, tanto entre los que sostienen como entre los que se oponen a Israel. La polarización creciente y la división contribuyen a la deshumanización de los judíos, los árabes y los musulmanes por todas partes –y no solamente de los israelíes y los palestinos–, así como a la difusión de una competición victimaria, en un juego de suma cero, en lugar de la solidaridad.

Nos oponemos a los intentos que apuntan a desacreditar, demonizar e incluso criminalizar cualquier movimiento de solidaridad con los palestinos, bajo el pretexto de antisemitismo, en el seno del movimiento propalestino y de la izquierda, en general. No obstante, una confrontación con el antisemitismo es necesaria.

No se trata de una cuestión de respetabilidad del movimiento propalestino. La razón por la cual hay que confrontarse al antisemitismo cuando aparece no es que vuelve sospechosa la solidaridad con los palestinos, sino que la presencia de posiciones reaccionarias y conspiracionistas en nuestros movimientos, incluso bajo forma cifrada o marginal, amenaza con intoxicar nuestros proyectos políticos.

 

¿Dónde se ha perdido la izquierda?

¿Por qué es tan difícil para una gran parte de las izquierdas adoptar una actitud humanista elemental, y tomar en cuenta el sufrimiento de los civiles –incluido el de los ciudadanos israelíes– como punto de partida? ¿Por qué algunos han sido incapaces de condenar una masacre sin intentar relativizarla o contextualizarla de forma insensata? ¿Por qué la solidaridad de los militantes de izquierdas con las víctimas de la opresión parece a veces condicionado a la alineación geopolítica del Estado que les oprime? ¿Por qué una parte importante de las corrientes de la izquierda debe luchar para identificar el antisemitismo y enfrentarse a él en sus propias filas?

No hay una respuesta única y simple a estas preguntas. No obstante, creemos que comenzar a responder es una etapa esencial para una renovación de las izquierdas. Presentamos nuestro análisis de lo que consideramos aquí como algunos de los problemas más importantes.

 

Fetichización del conflicto Israel/Palestina

El conflicto Israel/Palestino ha llegado a ser un drama moral central para gran parte de la izquierda contemporánea, del mismo modo que lo fue Sudáfrica para la generación anterior.

Algunos reportajes y comentarios periodísticos para todo público utilizan un marco intelectual orientalista para describir toda la región, haciendo un retrato de árabes bárbaros y premodernos, en oposición con Israel, representado habitualmente como una democracia liberal moderna.

Al mismo tiempo, tanto los órganos de prensa dominantes como la prensa comprometida con la izquierda prestan mucha más atención al conflicto Israel/Palestino que a Siria, Kurdistán, Sudán, Etiopía, RDC, Sri-Lanka, Myanmar o cualquier otro lugar del mundo donde Estados militaristas (o agentes no estatales) oprimen minorías nacionales y étnicas, o bien se dedican a hacer masacres.

No se trata de establecer una jerarquía moral o política de las opresiones en el mundo, ni de priorizar la atención y la acción en función del grado de sufrimiento. Se trata más bien de mostrar que la solidaridad con los palestinos debe encontrar su fuente en un compromiso universal a favor de los derechos fundamentales, lo cual supone también la solidaridad con todas las demás luchas contra la opresión.

Fetichizando el conflicto Israel/Palestina e idealizando la lucha de los palestinos mediante una imaginería romántica, los partidarios de las izquierdas se convierten en espejos de la deshumanización de los palestinos que reina en la opinión pública general. El efecto de esta fetichización del conflicto Israel/Palestina por las izquierdas es convertir tanto a los palestinos como a los judíos israelíes en personajes abstractos de un relato político, antes que seres humanos de carne y hueso, susceptibles de reaccionar de diversas maneras a su condición y sus experiencias.

 

Ignorancia de la Historia

A pesar de la centralidad de la causa palestina en la izquierda contemporánea, reina a menudo el desconocimiento de la historia de la región y del conflicto.

Gran parte de los militantes de izquierdas han distorsionado el sentido de los conceptos potencialmente útiles para el análisis, tales como el de “colonialismo de asentamiento”, para transformarlos en pseudoanálisis. Usar estos términos de forma simplista permite a los militantes evitar confrontarse con la complejidad. La diversidad histórica interna del sionismo, su relación ambivalente con los diversos imperialismos, y las historias variadas de los exilios que han dado lugar a las migraciones judías hacia Israel desde muchos países han sido a menudo mal comprendidas.

Los procesos de formación de Israel como hogar nacional judío implicaba una colonización de asentamiento que implicó el desplazamiento de muchos habitantes inicialmente presentes, al precio de crímenes de guerra y expulsiones. Fue también la huida desesperada de un pueblo que había sido él mismo víctima de la violencia racista y de un intento de exterminación. Les palestinos son, según una frase de Edward Saïd, “las víctimas de las víctimas y los refugiados de los refugiados”. Los judíos israelíes están lejos de ser los únicos en haberse constituido como nación y haber fundado un Estado sobre bases que implican la desposesión de los habitantes ya presentes en su propio territorio.

Confrontarse por entero a esta historia en toda su complejidad y sus tensiones no está destinado a minimizar el sufrimiento padecido por los palestinos en el momento de fundación de Israel y después. Pero dejar de hacerlo arruinaría la comprensión y los esfuerzos desplegados para desarrollar y sostener las luchas por la igualdad.

Un mejor nivel de conocimiento histórico y una consideración más comprometida con las implicaciones prácticas de las diferentes propuestas de soluciones posibles, solución con un Estado, dos Estados u otros, permitirían revivificar el movimiento de solidaridad.

 

Política confusionista

Una clave de análisis importante de la política contemporánea, en la estela del derrumbamiento de los movimientos obreros de masas, es el auge de proyectos políticos sincréticos que se alzan sobre tradiciones políticas diferentes –que se denominan a veces política roja/parda, el diagonalismo o el confusionismo. Ciertas franjas de la izquierda han hecho alianzas peligrosas con fuerzas de extrema derecha. Desde tribunos de extrema derecha presentes en las manifestaciones contra la guerra hasta antiguos militantes de izquierdas que se han unido a los objetores al confinamiento del COVID, desde influencers antiimperialistas que reciben invitados paleoconservadores hasta cantantes de folk anarquistas que promueven a negacionistas, los últimos tiempos han visto nacer colaboraciones políticas alarmantes. A veces estos movimientos nacen o se desarrollan a partir de franjas de la extrema derecha que intentan venderse a la izquierda. Como el antisemitismo es a menudo lo que vincula elementos dispares en estas formaciones sincréticas, estas corrientes pueden revelarse tóxicas cuando se manifiestan en el militantismo en solidaridad con Palestina.

 

Campismo

En el mundo entero tienen lugar luchas para el cambio democrático y para ganar más derechos e igualdad. Pero se asocian cada vez más a menudo a reivindicaciones según las cuales estos principios representan la hegemonía de la “élite liberal occidental” y son “orden mundial unipolar”, más que derechos y aspiraciones humanas universales.

Los regímenes opresores y autoritarios afirman que los esfuerzos hechos para volverles deudores de estos principios no son más que intentos de proteger la hegemonía unipolar occidental. Estos regímenes se presentan como líderes de un mundo “multipolar” emergente, donde los diferentes regímenes autoritarios serán libres de definir la “democracia” según sus propios estándares antidemocráticos.

Por otra parte, del mismo modo que los movimientos racistas, patriarcales y autoritaristas occidentales se proclaman a sí mismos como la voz de los pueblos autóctonos, contra las “élites globalistas”, en las antiguas colonias occidentales, estos movimientos se presentan a sí mismos como la “mayoría descolonial” contra la hegemonía de las “élites occidentalizadas”.

Las izquierdas rechazan a menudo reconocer esta dinámica. Peor aún, algunos de los que las componen difunden una (falsa) promesa: la que pretende que regímenes y fuerzas tiránicas, autoritarias y reaccionarias representan una resistencia progresista al “Occidente imperialista”. Su compromiso con la supervivencia y la solidez de estos regímenes “multipolares” se hace en detrimento de una solidaridad consistente, eficaz y significativa con los movimientos de resistencia a estos regímenes.

El imperialismo occidental está confrontado al desafío de las alternativas reaccionarias: el imperialismo ruso, el imperialismo chino, el imperialismo regional iraní despliegan a menudo fuerzas paramilitares pantalla, como Hezbollah y, en cierta medida, Hamás, y despliegan un papel contrarrevolucionario, sobre todo en la ola de movimientos de liberación que se alzaron en 2011. Las petromonarquías de la península arábiga están llegando a ser progresivamente potencias globales; otras potencias imperialistas regionales o subimperialistas, como Turquía, están llegando a ser cada vez más fuertes y no son, ciertamente, simples Estados clientelares de los EEUU.

Frente a esta situación, una extrema izquierda, que defiende desde hace años que todo lo que perjudica al imperialismo hegemónico occidental (el de los EEUU) y a sus aliados es necesariamente progresista (una perspectiva que se conoce como “campismo”, donde se asocia a un “campo” geopolítico antes que perseguir un proyecto auténticamente internacionalista), no puede más que degradarse en la apología de estos regímenes reaccionarios. Este “antiimperialismo” campista es ciego al hecho de que al defender el supuesto “eje de la resistencia” no se opone en absoluto al imperialismo, sino que se constituye en auxiliar de un polo imperial rival, en un mundo “multipolar”.

En un período histórico anterior (que alcanzó su culminación durante la Guerra Fría), el polo de oposición a los EEUU en el imaginario de la izquierda campista era la URSS (que servía a menudo, no como una verdadera brújula política, sino simplemente como un símbolo de la posibilidad de una alternativa cualquiera). Pero después del choque petrolero de 1973 y la revolución iraní de 1979 y, en particular, después de la caída del bloque soviético, este papel fue progresivamente asegurado por diversas configuraciones del “eje de la resistencia”, incluida la República Islámica de Irán y, poco después, Hamás.

 

Teoría del complot

Nuestro mundo complejo y “multipolar”, la opacidad de los mecanismos de poder y de opresión, así como los procesos de fragmentación social conducen a la gente a buscar respuestas a sus preguntas y explicaciones más allá del “pensamiento dominante”. Las plataformas digitales que monetizan la desinformación y las falsas informaciones, que facilitan la propagación de mitos y mentiras, facilitan el acceso a teorías conspiracionistas que dan la impresión de aportar respuestas y explicaciones.

Las formas de compartir y adquirir el conocimiento por lo digital alientan simultáneamente el cinismo hacia las instituciones y la credulidad hacia las fuentes “alternativas”. La alegría de “desenmascarar” las realidades ocultas, junto con la desesperación ante la omnipotencia del hegemón y la búsqueda de lazos de causalidad entre fenómenos dispares en ausencia de herramientas analíticas permiten comprender el sentido de aquellos. Y las teorías complotistas conducen casi invariablemente al antisemitismo, que funciona como una metateoría de la conspiración.

El antisemitismo se fusiona a menudo con el fanatismo antimusulmán en el imaginario de la extrema derecha conspiracionista, por el sesgo de las teorías del “Gran Reemplazo”, que postulan un complot fomentado por “financistas globalistas”, entre los cuales el más eminente es Georges Soros, a fin de esponsorizar la inmigración musulmana a Europa, a los EEUU y otras regiones con mayoría “blanca”, y desplazar a las poblaciones “blancas”.

 

El antisemitismo como pseudoemancipación

Como otras teorías complotistas, el antisemitismo ofrece falsas respuestas y explicaciones fáciles en un mundo complejo y confuso. Al revés de muchos otros racismos, el antisemitismo aparece a menudo como un discurso pseudorebelde, una manera de “golpear a los de arriba”: puede atribuir al objeto de su odio poder, riqueza y astucia casi infinitas. En razón de su carácter pseudoemancipador, el antisemitismo parece a menudo radical. Pero es un pseudoradicalismo: asimilando a los judíos a una élite oculta que controla nuestras sociedades, sirve para volver invisible a la verdadera clase dominante, para proteger las estructuras del poder y desviar hacia los judíos la cólera contra la injusticia.

Como lo sugería Moishe Postone, actúa a menudo como una forma de “anticapitalismo fetichizado”: “La potencia misteriosa del capital, que es intangible, global y que domina sobre naciones, regiones y vidas de las gentes, es atribuida a los judíos. La dominación abstracta del capitalismo queda personificada por los judíos”. Este antisemitismo pseudoemancipador tiene una larga historia, que se extiende desde determinados textos fundadores de las ramas maestras del socialismo moderno, hasta los congresos de la Segunda Internacional, hasta los sindicatos y partidos obreros en tiempos de migraciones de masa de Europa del Este, hasta las versiones new age del fascismo en el movimiento ecologista. Estaba presente y era contestado en el seno de los partidos de la Revolución rusa; se expresaba en el nazismo y en la ideología estalinista de posguerra; y es retomado por sus herederos hoy en día, que ven en los “financistas globalistas” y “cosmopolitas” un pulpo vampírico que explota a los trabajadores productivos, arraigados en la tierra donde han nacido. Pero este antisemitismo queda cada vez más hermanado con una visión “antiimperialista” en la cual se chupa la sangre de los miserables del Sur Global.

 

Vínculos con el islamismo

A pesar de que algunas secciones de la izquierda (en particular, en Europa y en las Américas, pero también en otras regiones del mundo) poseen una larga historia de racismo antimusulmán (que volvió a primera línea durante la guerra siria, mientras los bloques de izquierdas usaban retórica de guerra contra el terrorismo para demonizar la revolución), en el período que siguió a la Segunda Intifada y el 11 de septiembre, la concepción del mundo campista, que acabamos de describir, llevó a mucha gente de izquierdas a considerar el islamismo como una fuerza progresista e incluso revolucionaria en relación con el imperialismo occidental hegemónico.

Desgraciadamente es un fenómeno mundial. No obstante, la mayor parte de los militantes de izquierdas del Sudeste asiático y de África del norte (SWANA), que se han confrontado más directamente con la política reaccionaria de los islamistas, lo cual los militantes de izquierdas de las otras regiones del mundo no han hecho, no alimentan estas ilusiones. Al contrario. Los partidarios de la extrema izquierda que viven fuera de la SWANA harían bien en escucharlos.

El islamismo engloba diferentes ramas. Hamás no es Daesh; Daesh no son los talibanes; los talibanes no son el régimen de Erdoğan en Turquía. Hamás mismo contiene diferentes corrientes. Es importante comprender estas distinciones. Pero eso no debe cegar a las izquierdas respecto al hecho de que, a nivel social del poder, los movimientos y los regímenes islamistas, igual que otras formas de fundamentalismo religioso político, maltratan a las minorías religiosas, étnicas y sexuales, a las mujeres, los disidentes políticos y los movimientos progresistas.

El racismo antijudío es un elemento persistente en la ideología islamista, claramente exhibida en el trabajo fundador de Sayyid Qutb, “Nuestro combate contra los judíos” (1950), en la Convención de 1988 de Hamás (que cita el falso documento antijudío, Los protocolos de los sabios de Sión). Las posiciones de los islamistas respecto a Israel, al sionismo y a los judíos no son puramente “políticas”, es decir, explicables únicamente en términos de confrontación entre palestinos e israelíes/sionistas, sino que participan más extensamente de una visión antisemita del mundo.

Aunque tengan sus propias perspectivas y agendas, los movimientos islamistas deben ser considerados en el contexto de competencia entre potencias regionales en un mundo de imperialismos rivales: los islamistas se oponen a menudo al imperialismo hegemónico en nombre de un imperialismo regional rival o bien aliándose con este –como, por ejemplo, el de Irán. Al mismo tiempo, el imperialismo de los EEUU y sus aliados, como Israel, toleran o apoyan a veces también los movimientos islamistas, a fin de debilitar a otras fuerzas.

El ver las luchas de liberación en relación al género y la sexualidad como de importancia política secundaria, en comparación con otros problemas prioritarios, como, por ejemplo, la lucha contra “el enemigo común” que es “el imperialismo de los EEUU”, permite también, en parte, explicar la voluntad explícita de muchos militantes de extrema izquierda de blanquear determinados movimientos, acallar las críticas contra ellos o incluso proponer alianzas con esos movimientos que, como todos los movimientos fundamentalistas religiosos, están obsesionados por el control patriarcal, homófobo y tránsfobo del género y la sexualidad.

 

Abandono del análisis de clase

La única vía posible para desembocar en un verdadero proyecto político democrático y anticapitalista es el apoyo a luchas autoorganizadas de explotados y oprimidos que van en el sentido de la emancipación. La lucha de clases no ha cesado de retroceder desde hace décadas, tras las victorias del neoliberalismo y las derrotas del movimiento social y obrero. Pero el abandono del apoyo a la autoorganización de la clase obrera y de otras luchas de emancipación, que contribuyen a la democracia a partir de la base, remite a una larga historia. El siglo pasado vio cómo muchas instancias de izquierdas pusieron la voluntad de Estados estalinistas y otras fuerzas autoritarias en lugar de la de los explotados y oprimidos.

Mucha gente que se define a sí misma como de izquierdas ha llegado a defender, con un punto de vista más o menos crítico, fuerzas estatales y no estatales que ni siquiera utilizan la retórica o el simbolismo del socialismo: la Rusia de Putin, la Siria de Assad, la República Islámica de Irán y las fuerzas paramilitares como Hamás o Hezbollah.

Pensamos que el auge de proyectos políticos confusionistas, campistas o complotistas, así como la adhesión creciente a un antisemitismo pseudoemancipador pueden explicarse parcialmente como una consecuencia de este abandono por la izquierda de la noción de clase y de un análisis de la dinámica del capitalismo mundial.

Una gran parte de las políticas de izquierdas de estas últimas décadas se han fundado, no tanto sobre la lucha contra el capitalismo en tanto que relación social, sino sobre el rechazo de la “hegemonía americana”, de la “globalización”, de la “finanza”, o a veces del “sionismo”, considerado como la vanguardia de todas estas fuerzas. Eso ha llevado a mucha gente, que se vive como de izquierdas, a tener simpatía hacia las alternativas reaccionarias al orden político y económico actual.

Al mismo tiempo, versiones truncadas del anticapitalismo, que se concentran sobre la supuesta inmoralidad del capital “financiero” o “improductivo” –antes que sobre el antagonismo objetivo entre el capital y el trabajo–, alientan las críticas personalizadas a las “élites globalizadas” y a los “banqueros de Rothschild”, en lugar de alentar un movimiento en favor de la abolición del capitalismo mismo, gracias a la organización colectiva y la lucha proveniente de la base.

 

Antiracismo selectivo

El antirracismo global contemporáneo ha sido moldeado en el contexto de un siglo XX dominado por las luchas contra el racismo antinegro, en los EEUU y otras partes, y contra el imperialismo y el colonialismo occidentales. Su aprehensión de la noción de raza es a menudo simplista, binaria y está mal concebida, es incapaz de comprender las líneas complejas de intersecciones de la racialización del siglo XXI.

La perspectiva dominante de una gran parte del pensamiento “anticolonial” presenta una visión maniquea, que divide el mundo entre “opresores” y “oprimidos”, aplicando estas categorías a naciones y pueblos en su totalidad.

Esta visión perjudica a la izquierda cuando debe comprender cómo los diferentes racismos se responden –por qué los supremacistas hinduistas de la India apoyan al nacionalismo israelí con entusiasmo, por ejemplo, o por qué el Estado chino supremacista Han se presenta como abogado de los derechos de los palestinos, a la vez que se dedica a una colonización y a una represión masiva de los musulmanes en el Xinjiang/Turkestán del este, en nombre de “la guerra del pueblo contra el terrorismo”–.

Perjudica también a la izquierda, cuando tiene que comprender el racismo cuando no corresponde a una cuestión de color de piel, como en el racismo de los europeos del oeste contra los europeos del este, “no tan blancos”, el racismo de los rusos contra los ucranianos o el racismo antiarmenio.

El antisemitismo, en particular, no entra claramente en la visión del mundo de este antirracismo selectivo, que ve a los judíos como “blancos”, y no puede, por consiguiente, considerarlos como víctimas de racismo. Esta perspectiva borra a los “judíos no blancos” e ignora la construcción social y contingente de la blanquitud misma. La integración de algunos judíos en la blanquitud es real, pero es desigual y muy reciente en muchos casos.

Este antirracismo truncado es el reflejo del anticapitalismo truncado en el cual se pierden las izquierdas.

En definitiva, la renovación de la izquierda, en cuanto movimiento para la solidaridad internacional, necesita un antirracismo y un feminismo consistentes, la regeneración de una política de clase, una renovación del análisis del capitalismo mundial y el rechazo de una visión campista, que procede de una división binaria del mundo en categorías de bien y mal.

 

¿Cómo podemos transformar y regenerar la izquierda?

Proponemos este análisis como contribución para una renovación de las izquierdas, fundada sobre un proyecto político auténticamente internacionalista y democrático. No es siempre fácil emprender el ataque a las ideas reaccionarias en nuestras propias filas. Pero cuando lo hacemos, nuestro movimiento se enriquece cada vez con la comprensión más profunda que se extrae. ¿A qué se parecería, si las izquierdas tomaran este análisis en cuenta?

 

Una solidaridad consistente

En tanto que internacionalistas, nuestro punto de partida debería ser la promoción del derecho universal al acceso de los pueblos a los derechos democráticos. Insistir en la solidaridad con los civiles atacados de los dos lados no responde a un estilo frívolo de establecer equivalencias morales o argucias, sino un principio ético fundamental. La verdadera solidaridad no quiere decir que hay que ver a todas las personas como idénticas, y no ignora las diferencias estructurales entre las víctimas; por el contrario, reconoce y respeta las diferenciaciones.

Las izquierdas deberían preocuparse por las muertes civiles, ya sean causadas por el Estado judío, ya lo sean por los Estados árabes, tanto por los Estados del campo occidental como por los Estados que se oponen a ellos o por actores no estatales.

El fin está substancialmente condicionado y prefigurado por los medios: una política conducida por medio de masacres indiscriminadas de civiles no está al servicio de un fin emancipador.

Son particularmente problemáticas las corrientes políticas que ponen el foco sobre los sufrimientos de los palestinos en Gaza, mientras permanecen callados –si es que no muestran entusiasmo– cuando los sirios (incluidos los sirios palestinos) han sido masacrados por el gobierno de Assad y sus aliados (masacres a menudo justificadas por exactamente la misma retórica de guerra contra el terrorismo que utiliza Israel, para disculparse de los ataques contra los civiles) o cuando los uigures y otras minorías étnicas, mayoritariamente musulmanas, se enfrentan con encarcelamientos de masa, vigilancia total y aniquilación cultural, en China.

 

Dar voz a las fuerzas militantes de trabajadores y trabajadoras, a progresistas y a los que actúan para la paz de los dos lados

El cambio democrático radical es imposible sin la voluntad propia de luchar consciente y activamente para este. Una izquierda internacional que dedica sus energías a hacerle el juego a las fuerzas reaccionarias no hace nada por ayudar al desarrollo de esta voluntad; por el contrario, la inhibe.

En el conflicto Israel/Palestina, como en toda lucha internacional, una izquierda verdaderamente internacionalista y democrática debería concentrar su actividad en la escucha, el compromiso y la constitución de un apoyo concreto a las fuerzas presentes sobre el terreno que se organizan para hacer progresar una agenda democrática. Eso significa ofrecer una caja de resonancia a la voz de los actores locales –lxs feministas, lxs militantxs queers, los sindicalistxs, los activistxs del medio ambiente– que se oponen en las sociedades israelí y palestina a la violencia de Estado perpetua y a la división racista.

 

Criticar los Estados no quiere decir oponerse a los derechos fundamentales de los pueblos. 

Las comunidades nacionales en su conjunto se benefician a menudo de las políticas colonialistas de sus Estados y de la opresión de otros pueblos. Pero estos beneficios no son uniformes, y eso no quiere decir que los miembros sean igualmente cómplices o que tengan el mismo poder sobre las políticas de su Estado.

La solidaridad con los palestinos no debería ser sinónimo de hostilidad monobloque contra los judíos israelíes en cuanto pueblo, ni oponerse a los derechos fundamentales de esos. Un proyecto político de izquierda debe apuntar a alinear los derechos democráticos de todos de la mejor forma, y no sustraer esos derechos a unos para redistribuirlos a los otros.

Por todas partes, los judíos de la diáspora –que a menudo están ligados a personas o lugares en Israel– se sienten atacados cuando los israelíes son, en general, el blanco de agresiones. Defender los derechos de los palestinos implica identificar y nombrar precisamente el Estado de Israel y su aparato ideológico como autores de la injusticia, y no al pueblo israelí como una totalidad, considerado como un bloque homogéneo e indiferenciado en el plano político.

 

Comprender a Israel en el mundo

El antisemitismo atribuye tradicionalmente un poder absoluto a los judíos. Cuando este esquema se aplica a Israel, se trata siempre de antisemitismo. Israel existe en un mundo complejo, cambiante, “multipolar”; es un Estado potente, pero su poder está limitado en el sistema mundial. No es seguramente el líder del imperialismo mundial que han pintado determinadas narrativas en la izquierda.

Hay muchas razones por las cuales es justo y necesario criticar a Israel; estas razones son las mismas por las que se puede criticar a muchos otros Estados en el mundo, incluidos los Estados donde vivimos nosotros mismos. Rechazar demonizar a Israel o considerarlo como excepcional no quiere decir estar de acuerdo con su política, sino más bien inscribir esta política en las tendencias de las cuales es una de sus expresiones y no su quintaesencia. Incluso la violencia a gran escala que Israel inflige a los habitantes de Gaza encuentra un precedente reciente en la guerra del régimen de Assad contra el pueblo sirio.

Las corrientes de izquierdas que critican el colonialismo de implantación israelí, mientras hacen la apología del colonialismo ruso en Ucrania, utilizan un doble criterio. Invitamos a nuestros camaradas a reflexionar para saber si ellos o sus organizaciones utilizan el mismo lenguaje o el mismo registro emocional, cuando se trata de la opresión de los kurdos por Turquía o de los tamules por Sri-Lanka, por ejemplo, que cuando tratan de la opresión de los palestinos por Israel. Si la respuesta es no, consideren ustedes el impacto político y las implicaciones de este excepcionalismo.

 

Una aproximación crítica al nacionalismo

Las naciones son construcciones sociales que funcionan en parte para enmascarar las explotaciones y las opresiones en su seno, como las que están ligadas a la clase social, al género, a la raza o a otra cuestión, en nombre de un “interés nacional” uniforme. Nuestro objetivo a largo término es una asociación libre de todos los seres humanos, es decir, un mundo sin naciones, en el cual las distinciones étnicas llegan a ser secundarias. No obstante, trascender la nacionalidad es difícil de pensar, en un mundo donde hay personas oprimidas, ocupadas y a veces masacradas en razón de su historia nacional.

La gente de izquierdas debe alzarse contra la opresión de pueblos, ligada a su nacionalidad. Pero debemos también reconocer que todos los nacionalismos –incluido los de los grupos oprimidos actualmente– son, por lo menos en potencia, vectores de exclusión y de opresión. Apoyar el derecho de defenderse de un pueblo determinado o de conquistar la autodeterminación no significa, sin embargo, adoptar su nacionalismo por procuración. Una izquierda internacionalista no debe izar una bandera nacional ni sostener un Estado o un movimiento nacional sin crítica.

La izquierda debe apoyar el derecho a la autodeterminación como algo que forma parte de un programa por la igualdad democrática. Eso supone promover sobre una misma base el derecho de todos los pueblos a la autodeterminación y oponerse a todo programa que ambiciona la dominación de un pueblo sobre otro.

El objetivo de Hamás, de reemplazar la dominación nacionalista judía por una dominación nacionalista islamista –un Estado teocrático del cual los “usurpadores” judíos serían expulsados–, es reaccionario. El hecho de que sea altamente improbable que logren su fin no vuelve su meta objetivamente más soportable desde el punto de vista de una ambición política democrática internacionalista.

 

Antirracismo incondicional

Las razones por las cuales hay que mantenerse del lado de las víctimas del racismo no se limitan a la compasión por la sensibilidad herida de las personas concernidas –aunque preocuparse de ello sea preferible a la indiferencia a veces exhibida en la izquierda–. Se deben también al hecho de que las ideas que incitan al sectarismo socavan los esfuerzos para hacer progresar las luchas en favor de la democracia.

Eso supone rechazar que nuestra solidaridad contra el racismo dependa de la política.

Del mismo modo que es injusto pedir a los palestinos (u otros árabes o musulmanes) que condenen a Hamás, si antes no se les concede el derecho de ayuda contra el racismo, también es injusto pedir a los israelíes o los judíos de la diáspora demostrar su pureza ideológica –mostrar que son “buenos” judíos– sin que el racismo dirigido contra ellos sea tomado en serio.

La solidaridad contra el racismo no debe depender de la aprobación de la opinión política de la persona o del grupo víctima de este racismo. Requiere, por el contrario, la incondicionalidad de la oposición al racismo y a otros odios, incluso cuando los miembros del grupo víctima del racismo son susceptibles de tener ideas reaccionarias.

La izquierda puede y debe oponerse incondicionalmente al racismo antipalestino y antimusulmán, sin aprobar a Hamás; puede y debe oponerse incondicionalmente al antisemitismo sin aprobar el chauvinismo israelí.

 

No ofrecer tribunas a los falsos amigos

Una particularidad de la crisis actual y de sus consecuencias es el cinismo con el que los militantes de extrema derecha (incluidos puros fascistas y nazis en sentido literal) instrumentalizan la solidaridad con los palestinos para extender el antisemitismo. Algunos de estos militantes se unen a los desfiles contra Israel. Muchos influencers propalestinos amplifican la audiencia de los contrainfluencers de extrema derecha, en las redes sociales, a menudo apoyados por redes de influencia del Estado ruso y el Estado iraní. A lo largo de las semanas que siguieron al 7 de octubre, cuentas como las de Jackson Hinkle (un promotor del “comunismo MAGA”) y Anastasia Loupis (un militante antivacuna de extrema derecha) acumularon millones de suscritos entre los usuarios hostiles a Israel, gracias a sus mensajes virales (muchos de los cuales contenían falsas informaciones) en torno al conflicto.

Por otra parte, la extrema derecha no es homogénea; y los militantes de extrema derecha antimusulmanes –muchos de los cuales se han revelado como antisemitas también, al rascar un poco la superficie– instrumentalizan con cinismo el miedo de los judíos y la indignación de un amplio público ante el terrorismo de Hamás para suscitar la hostilidad antimusulmana y blanquear su reputación de racistas. Debemos desenmascarar y marginalizar a estos agentes repugnantes. Debemos trazar líneas claras. No podemos permitir la instrumentalización del sufrimiento de los judíos y los palestinos a esos emprendedores políticos. Cualquier grupo que ofrezca una tribuna a los nazis, a los fascistas y a los oradores que se han asimilado a ellos deben ser tratados de la misma manera que los simpatizantes de los supremacistas blancos.

 

Conclusión

Hemos escrito este texto como una crítica de las líneas que se han impuesto en gran parte en las izquierdas. Es una crítica desde la izquierda y para la izquierda.

En tanto que militantes de izquierdas y organizadores del movimiento social, no consideramos las tendencias que describimos como consecuencias inevitables de los principios fundadores de la izquierda. Los vemos como el resultado de la deformación y el abandono d estos principios.

Son bienvenidas tanto las co-firmas, como las firmas de aquellos que aprueban algunas partes del texto, pero no otras, así como  también las respuestas críticas. Dado el contexto, acogemos de buen grado particularmente las respuestas, incluido las críticas, de los palestinos y los israelíes de izquierdas. Esperamos que este texto contribuirá a un amplio debate sobre la transformación y la renovación de las izquierdas.

Vemos este esfuerzo de regeneración y transformación como una tarea necesaria, para cualquier persona que no desea rechazar la posibilidad de un cambio sistémico. Acogemos favorablemente el compromiso de toda persona comprometida con este cambio y que comprende que, para ser un instrumento eficaz para alcanzarlo, las izquierdas deben cambiarse a sí mismas.

Autores: Ben Gidley, Daniel Mang, Daniel Randall

Traductor: Alín Salom

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